Desde que Dios “soplo en su nariz
aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7), el ser humano
se ha sostenido con vida gracias a un importante gas que llamamos oxigeno.
Diariamente, esta experiencia –similar a la del Edén – se repite millones de
veces desde que los bebes nacen y respiran por primera vez. Sin oxigeno, la
vida cesaría en cuestión de minutos.
Dios nos dio pulmones que
contienen millones de diminutos sacos de aire (alvéolos),tapizados de intrincados
vasos capilares llenos de sangre. Al respirar,
introducimos el oxigeno en los pulmones. El oxigeno se conecta con la sangre a través
de finas paredes. La sangre –llena de dióxido de carbono –llega a los pulmones
para intercambiar el dióxido de carbono por oxigeno.
Entonces, millones de glóbulos
rojos transportan la sangre cargada de oxigeno, para nutrir el cerebro y los demás
órganos, tejidos y células.
Dios ha diseñado un ingenioso
proceso de reciclaje para que no nos quedemos sin oxigeno. La vida vegetal de
la tierra absorbe y utiliza el dióxido de carbono que espiramos y emite
oxigeno. Nosotros inspiramos el oxigeno y el proceso comienza de nuevo. El aire
más puro es el “ionizado negativamente” y se encuentra en su mejor estado cerca
del agua en movimiento: cascadas, ríos burbujeantes, y océanos. También está presente tras las tormentas eléctricas,
en edificios que tienen muchas plantas, en las montañas y en los bosques. El
aire puro puede aminorar el ritmo respiratorio, aliviar las alergias, reducir
la presión arterial, y ayudarnos a pensar con más claridad. Obviamente, se
necesita de manera especial durante la oración y el estudio de la biblia.
El Espíritu Santo impresiona
nuestras mentes, de modo que es importante mantener nuestro cerebro sano y bien
oxigenado. Pero es justamente en el hogar donde uno suele obtener el peor aire;
especialmente cuando se “protege” la casa con aislamiento térmico y, contra el
gasto inútil de energía, con puertas que –cerradas –no permiten la más mínima
entrada de aire. Las toxinas provienen del humo, los gases de combustión en las
calles, las cocinas o estufas de gas, las sustancias químicas y de limpieza, el
polvo. También de las partículas que desprenden los animales (a través de las
plumas, la piel o el pelo) y aun los aromatizadores de ambiente.
La Biblia alude al aliento de
vida como espíritu. Jesús compara su aliento con la recepción de Espíritu
Santo. (San Jn 20:22). Del mismo modo que el oxigeno sostiene la vida física,
el Espíritu Santo sostiene la vida espiritual. Es por ello que debemos
abandonar la respiración espiritual superficial (odio, culpabilidad, envidia,
malos pensamientos, actitudes egoístas, egocentrismos,) que contamina, enferma
y, deteriora nuestro ser interior.
Mantengámonos firmes con santa seguridad y tengamos siempre
abiertas las ventanas mentales para recibir el aire fresco del Espíritu.
¿Ha salido ya a vigorizarse con el aire puro y fresco que Dios nos
regala?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Redacción: Ana Maria Melean
Diseño y Fotografía: Jesús Baldonedo