En cierta ocasión leí un libro que
tenia este nombre “Los arboles mueren de pie”. Se trataba de un grupo de artistas cuyas vidas eran un
desastre gracias a las oposiciones de la sociedad en la cual vivían, pero aun así
decidieron unir sus talentos para fortalecer los vínculos de una familia que
estaba pasando por momentos difíciles, y por medio de sus actuaciones lograron
mantenerla unida. Lo mismo le aconteció a 3 jóvenes judíos en un imperio
llamado Babilonia hace miles de años. Las circunstancias que los llevaron a ese
lugar no fueron las más favorables, pues los israelitas como Nación fueron
sitiados e invadidos por los babilonios, y de ese modo fueron exiliados de su
propia tierra a otra lejana, desconocida y pagana. En estos exilios los que más
sufrían eran los de linaje real, pues casi siempre se mataba al rey y a sus
descendientes, o en el peor de los casos se les trataba de manera muy cruel
como extranjeros; mas sin embargo, en esta ocasión no fue así gracias a la
misericordia de Dios, Nabucodonosor Rey de Babilonia trato de manera noble al
linaje real y lo trajo al servicio del palacio perdonándoles la vida. Para
Israel esta deportación representaba un juicio disciplinario de parte de Dios,
ya que por medio del profeta Jeremías Dios le dijo al Rey y a la Nación que se
mantuvieran tranquilos a la orden de los Babilonios en su propia tierra, y
estarían seguros en su heredad. Pero el Rey hizo caso omiso de las
instrucciones de Dios por medio de su profeta y busco alianzas en otro imperio
llamado Egipto, el cual a la final decidió no brindar apoyo al Rey israelita y
esto produjo que Nabucodonosor se enterara de la traición y decidiera llevarlos
a todos a Babilonia. Lo triste es que al Rey le sacaron los dos ojos después de
ver como mataban a sus hijos a espada. Es increíble ver todos los penosos
acontecimientos que desencadenan una mínima desobediencia producida por la
soberbia de un hombre o una mujer conocedora de las leyes y los principios de
Dios. Una vez el Señor me dijo: “La magnitud del error lo determinan las
consecuencias”. Estos jóvenes judíos de linaje real resaltaban, ya que para los
babilonios reunían unas ciertas cualidades para permanecer en el palacio, las
cuales consistía que en el aspecto físico debían de ser libres de todo defecto
o discapacidad, además de hermosos; es decir; agradables ante la mirada pública.
En el aspecto mental debían ser de un espíritu superior; es decir; proyectar
una actitud ecuánime, centrada, equilibrada, con una excelente autoestima y
sabiduría. Y por ultimo en el aspecto social debían de ser sobrios y refinados
(buenos modales) para representación del liderazgo. Además eran educados según
la cultura babilónica y un factor clave en el lavado cerebral que formaba parte
de su adiestramiento era la asignación de un nombre nuevo, muy distinto al de
su nacimiento; esto con el propósito de ligar a los iniciados con los dioses
locales y era una expresión de rechazo a sus lealtades religiosas del pasado.
Estos tres jóvenes de nombre ANANIAS (La
gracia del Señor), MISAEL (¿Quién es como el Señor) Y AZARIAS (Dios es mi
ayuda) terminaron siendo conocidos en el imperio como SADRAC (Mandato de aku)
MESAC (¿Quién es lo que aku es?) y ABED-NEBO (Siervo de nebo). Todos estos
nombres representativos de los dioses
babilonios. La pregunta que me hago es: ¿Qué culpa tenían estos jóvenes para
tener que padecer las tormentosas presiones de un imperio tan pagano? ¡Ninguna!
Simplemente es el precio que se paga cuando estas bajo la cobertura de un líder
incapaz de mantenerse en los principios espirituales que Dios ha
establecido. Tan fácil que era obedecer
la voz del profeta que decía “ponte sumiso ante el rey de Babilonia; porque
esto viene de parte de Dios”. Mas sin embargo, la arrogancia y la altivez no
les dejaba entender el plan de Dios para la Nación que este rey lideraba, y las
consecuencias del exilio Babilonio fue devastadora. ¿Por qué? Fueron muchos los
hebreos que traspasaron el límite de la obediencia, (linderos antiguos)
violando las leyes de Dios establecidas como mandamientos a través de Moisés; y
sucumbieron ante los desenfrenos del paganismo. ¿Cómo lo sabemos? ¡Fácil!
¿Porque solo tres jóvenes hebreos fueron acusados de no postrarse ante la
imagen del Rey Nabucodonosor? ¿Por qué solo tres jóvenes fueron lanzados al
horno ardiendo? ¿Por qué solo tres jóvenes tuvieron la osadía de enfrentar al
mismo rey cara a cara diciéndole “Nosotros sabemos que nuestro Dios puede
librarnos, y aun de tus manos oh rey nos
librara; y si no, tampoco nos postraremos ante tu imagen ni la adoraremos”?
¿Dónde estaban los demás hebreos en el momento que sonaban los instrumentos
musicales de Babilonia? La respuesta es muy sencilla. Estos tres jóvenes
pasaron por todo este duro proceso porque amaban al Dios de sus Padres, hasta
el punto de estar dispuestos a morir antes que serle infiel. Mientras muchos
hebreos se escondían detrás de la fachada llamada deber; estos tres jóvenes
decidieron saltar esta fachada y establecerse en el principio de Dios. Y esto
no enseña que; por encima de los deberes, siempre deben estar los principios
del Reino al cual pertenecemos; aunque eso implique perder el empleo; los
amigos; beneficios monetarios; proyectos futuristas, y estatus sociales. Estos
jóvenes tenían ya un alto cargo gerencial cuando fueron expuestos al horno
ardiente. Gracias a la interpretación que Daniel hizo de la visión de Nabucodonosor,
éste fue llevado a un alto cargo gerencial y pidió que sus tres compañeros
también fueran colocados en cargos emblemáticos. Y como es de suponerse, el hacer bien tu trabajo va a desencadenar
envidia en aquellos incapaces e ineficientes; por esta causa fueron llevados a
este terrible complot, hasta el punto de hacerlos padecer por ser tan
eficientes en sus labores y en sus principios.
Son muchos los creyentes a
quienes les he escuchado decir que están
como estos tres jóvenes, solo por padecer pequeños contratiempos; que además
son causados por su propia irresponsabilidad o desorden de vida. Hay un dicho
popular muy viejo que dice: “no es lo mismo llamar al diablo, que verlo venir”
Es muy cómodo leer la Biblia e identificarse con estos jóvenes, pensando en que;
de estar en su lugar, habríamos hecho lo mismo. Pero cuando el horno esta ante
nuestros ojos, al punto de sentir a flor de piel su calor, ahí es donde se sabe
quien verdaderamente ama y obedece a Dios. Lo mismo le aconteció al Apóstol
Pedro días antes de que arrestaran a Jesús. Él hacia alarde de lo mucho que
amaba a su maestro hasta el punto de morir por él, si fuese necesario y aun; a pesar
de las advertencias de Jesús de que serian esparcidos como ovejas, Pedro se
rehusaba a aceptar esta verdad; hasta que ¡ándale! Canto el gallo; y tres
veces.
Jesús nos manda en las escrituras
a ser astutos como serpientes. Algo que me llama la atención de la serpiente es
que este reptil tan peligroso no ve; sino que se guía por la temperatura
corporal que logra percibir de sus víctimas a través de la lengua que es como
un receptor de temperatura. De igual forma el creyente debe percibir la
temperatura que se está generando a su alrededor; para así cumplir la escritura
que se encuentra en el libro de Proverbios “El sabio ve el mal de lejos, y se
aparta”. Si como creyentes aplicáramos este principio escritural no nos deslizáramos
tan fácil en tantas dificultades. No estaríamos comprometiendo nuestra
reputación como hijos de Dios. Jesús dijo en cierta ocasión: “Bienaventurado
sois, cuando por mi causa sois
vituperados” Ahora bien; él no prometió librarte de dichos vituperios, así como
estos jóvenes no fueron librados de ser echados
dentro del horno. Cristo lo que desea del creyente es que aprenda a vivir, y a
caminar dentro del horno ardiente que sea. Sadrac, Mesac y Abed-nebo dice la
Biblia; que sorprendieron al Rey Nabucodonosor, porque a pesar de estar tan
caliente el horno ellos caminaban dentro de él, en compañía de otro ser más,
que tenia apariencia de hijo de dioses. Cada vez que atravesamos momentos
difíciles nos atribulamos, nos quejamos, menguamos en la fe, otros en el peor
de los casos se apartan del Señor; cuando todavía no hemos llegado al nivel de
lealtad para ser expuestos a un horno de fuego ardiente, porque de algo si
estoy segura; y es que, solo los de corazón leal y firme serán expuestos a
estos niveles de prueba. Mientras más firme sea nuestra lealtad al Señor, más
alto será el nivel del horno porque Satanás, usara toda su artillería pesada
para demostrarle a Dios que un creyente jamás le puede ser leal. A Pedro lo
pidió para zarandearlo. Jesús le dijo: “Pedro, Satanás te ha pedido para
zarandearte; pero yo he rogado al Padre que tu fe no falte”. Jesús no oro al
Padre para que lo evitara, sino para que
fortaleciera la fe de Pedro en el momento de la dificultad. En la Biblia quedo
registrado que solo tres hombres fueron zarandeados e incitados al mal por
Satanás, es decir; (solicitados para ser tentados directamente por él) para que
pecaran contra Dios. Estos fueron Job,
el Rey David (quien fue incitado a censar al pueblo en contra de la orden de
Dios), y el Apóstol Pedro. Esto nos debe
servir como un marco referencial, que pueda producir en nosotros la alegría de
ser tenidos por dignos de padecer por causa del evangelio de nuestro Señor
Jesucristo.
Hoy más que nunca somos cartas leídas
al mundo, como lo dijo el Apóstol Pablo en una de sus epístolas, y puedo
asegurar que más de un israelita, luego de ver a estos tres jóvenes salir del
horno de fuego sin sufrir daño alguno, se armo de valor para enfrentar las
adversidades que pudieron presentarse más adelante. La actitud de estos tres
jóvenes no solo trajo convicción al resto de los judíos que habían declinado en
su fe; sino que permitió que Jehová Dios, el Dios de los hebreos fuera
reconocido en ese imperio como el único Dios verdadero y de paso se invirtieran
los papeles, pues se estableció un nuevo edicto real “Aquel que en todo el
reino no se postre y reconozca al Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nebo como Dios,
sea echado al horno ardiente”.
Es nuestra actitud la que determinara la Victoria en nuestras vidas.
Nuestra firmeza traerá convicción a otros.
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Redacción: Ana Maria Melean
Diseño y Fotografía: Jesús Baldonedo