sábado, 8 de octubre de 2016

Mas allá de mi humanidad.


En cierta ocasión el Señor me dijo: “Esta es la tercera vez que te lanzo del nido; o vuelas, o te estrellas”. Esas palabras fueron fuertes para mí porque no estaba acostumbrada a depender de Dios, ya que desde niña me vi apoyada de mi madre, y como soy gemela siempre estuve en compañía de mi hermana, una compañía por demás dolorosa ya que ella me golpeaba mucho  ¡era como vivir con una gata montes!  Luego estaban mis amigos de infancia, los de mi cuadra y que noche a noche nos encontrábamos para jugar, mientras nuestras madres como buenas comunicadoras empíricas se ponían al tanto de los sucesos del día o la semana.  Aunque era muy inteligente, con un promedio escolar excelente y una reputación deportiva que cuidar, también es cierto que la valentía no era mi fuerte, ya que mi inseguridad se escondía constantemente detrás de la fachada de niña extrovertida y muy intelectual. Así fui creciendo dentro de una cueva llamada divagación donde more por  19 años hasta que un maravillosos ser llamado Jesucristo toco a mi puerta y le permití entrar. Me costo y me ha costado mucho soltar la divagación mental, ya que ese lugar me servía como el escondite perfecto; el mismo escondite que un águila adulta, cansada, utiliza anhelando una renovación. Cabe resaltar que cuando las águilas envejecen su pico es largo y puntiagudo, se curva apuntando contra el pecho, sus alas están envejecidas y pesadas y sus plumas gruesas; volar se hace ya tan difícil que entonces el águila tiene dos alternativas: morir o enfrentar el doloroso proceso de renovación que durara 150 días, es decir; 5 meses.
Sabemos de antemano que las águilas preparan un nido confortable para sus pichones, pero en la medida que estos van creciendo, ella comienza a hacer de ese nido un lugar incomodo para ellos, hasta que los obliga a volar. Por dos ocasiones el águila lanza a los pichones al vacío, y si estos no logran volar ella viene hacia ellos en picada y los atrapa y los regresa al nido. Pero solo la tercera vez ella decide que ya están listos para volar. Ahora depende del aguilucho volar o estrellarse. Después de esta palabra que el Señor me dio, no me quedo de otra que comenzar a tomar decisiones con el respaldo de Dios como único aval; y tuve que vivir donde otros jamás me lo habrían sugerido. Por muchos años camine sola, responsabilizándome por cada acción y sobre todo aprendiendo de cada error cometido. Y es que cuando visualizamos un aguilucho volando después de dejar el nido, olvidamos los procesos que son parte de su crecimiento y del desarrollo de toda su capacidad como ave rapaz. El plumaje comienza a crecer, comienzan a salir las guías, unas alas principales responsables de su vuelo, la visión se fortalece y las garras se endurecen.
Yo siempre me vi en cada situación como ese pichón que había sido lanzado del nido; y esas palabras de una u otra forma me confortaban. Cada vez que me enfrentaba a nuevos retos laborales, personales o ministeriales me decía a mí misma “o vuelas o te estrellas” Muchas veces me obligue a permanecer en el aire, pocas veces toque suelo; y es que con el paso del tiempo olvidé lo característico del águila, que después de un tiempo enfrentando grandes vientos, enormes turbulencias en las alturas, las veces que sus ojos enfrentan la luz del sol, es presa del cansancio y del agotamiento, y le llega el momento de tomar la decisión de volver a la cueva; a la oscuridad. Fueron muchos los días de brisa suave que disfrute, pero también tuve que enfrentar grandes y prolongadas turbulencias, y ¿Quién no se ha sentido así alguna vez? De repente sientes que las dificultades te atacan por todos los flancos, sientes que no tienes reposo, y parece que todos en este mundo se confabularon solo para hacerte sufrir. Ya la visión, es decir; tu perspectiva de vida no es la misma, esta  tan tenue tu luz que te sientes vacía y sola, porque no ves salida por ningún lado y lo que era tu orgullo de nobleza, belleza y fuerza ahora se reduce a un débil plumaje que mas que ayudarte a alcanzar las alturas, te son una carga y te mantienen en tierra. ¿Qué queda? Solo frío, oscuridad a tu alrededor y un gran dolor.  Quizás de eso se trata el proceso, simplemente para enseñarnos humildad y dependencia de nuestro Creador.  Alguien una vez me dijo: “Ana María, lo importante no es llegar a la cima; sino permanecer en ella” El águila fue creada para permanecer en las alturas, de lo contrario no se renovaría de la manera en que lo hace, arrancando su plumaje con su pico hasta quedar con su piel desnuda, y dejando de emitir ese maravilloso sonido por  causa del dolor que le produce el frío. En ese momento la soledad es su única compañía. Pero entonces diríamos ¡bueno, es un ave! Fue creada para vivir esos procesos de rejuvenecimiento propios de su naturaleza.

 Veamos lo que dice el Profeta Isaías acerca de los que esperan en Jehová “serán como las águilas, sus alas levantaran”, es decir; que saldrán del frío de la soledad que provoca esperar en el Señor para luego remontarse a las alturas con un nuevo plumaje. Y cantamos este cántico en los servicios “los que esperan, los que esperan en Jehová; como las águilas, como las águilas sus alas levantaran” y nos sentimos felices de saber que somos comparados con ella, pero; ¿y que de los procesos? Ahora considero que no todos en el  Señor nacieron para ser águilas, ni tampoco para ser búfalos, es decir; no todos en el Señor son procesados de la misma forma, ni con la misma intensidad. El éxito va a ser el marco referencial para los creyentes llamados por Dios a ser como las águilas, pero el camino a dicho éxito será oscuro muchas veces, con demasiadas turbulencias y sobre todo abrazados por nadie (humanamente hablando) ¿Quieres ser águila? Prepárate para estar solo en las alturas. Jesús humanamente hablando estuvo en esas alturas, suspendido y el momento de desplumarse por completo fue en la cruz. Ahí experimento la soledad como nunca; a tal grado de llegar a exclamar Padre mío, Padre mío ¿Por qué me has abandonado? Todos los años de comunión con el Padre aquí en la tierra se desvanecieron en la mente de Jesús al sentir el frío de la soledad. Cabe resaltar que la soledad es una sensación interna, ajena a los agentes externos, experimentándose mayormente cuando mas rodeado de personas estas. Casi siempre las personas que experimentan la soledad son las más populares; yo pase por ahí y lo triste era que provocaba situaciones que me mantuvieran entretenida. En cierto momento comencé a visitar todas las tardes a varias amigas; una  a la vez, cada día de la semana. Era a una hora específica; hasta que una de esas tardes el Espíritu Santo me pregunta ¿Por qué huyes de mí? Ante esa confrontación reaccione inmediatamente y le dije: Señor, ¡yo no huyo de ti! A lo que él me respondió: Cada tarde vengo a visitarte y percibes mi presencia, y huyes de mí porque no quieres estar a solas conmigo. ¡Y era verdad! A esa hora me entraba una sensación de soledad tremenda y huía  de ella buscando llenar esas horas con las pláticas con mis amigas y hermanas en la fe. Y lo mas irónico era que esas platicas estaban centradas en el Señor  ¡jajaja!  Yo prefería hablar de él, que estar a solas para hablar con él.  Hasta que se acabaron las visitas vespertinas, es decir; el Señor dejo de buscarme  a esa hora y yo deje de sentir esa sensación de vacío interno denominado soledad. Lo confieso ahora; en ese momento me sentí feliz de que ese frío había desaparecido por un buen tiempo; pero cuando me llego nuevamente la hora de enfrentar ese frío tuve que hacerlo bruscamente. Se levantaron tormentas, conflictos en mi entorno que me llevaron a quedar completamente sola. Ya no tenía a quien acudir, parecía que nadie me podía ayudar, y tuve que desesperadamente  aceptar la bondad que el Señor me ofrecía  para aprender a confiar y depender completamente de Él. Una vez escuche decir al Profeta y Salmista Cristiano Marcos Barrientos “Si la gente que nos admira conociera todo lo que tuvimos que pasar y los procesos tan duros que enfrentamos para llegar a este nivel espiritual, no nos admiraran tanto como lo hacen. Gente que quiere la Unción de tantos hombres y mujeres de Dios que en cuya escalada a la cima perdieron hijos, esposas, familia, empleos, reputación, bienes y por demás han sido vituperados, expuestos al escarnio público y pudieron superar todas esas adversidades, para luego de sufrir ese frío tan intenso,  entonces remontarse y levantar el vuelo completamente rejuvenecidos. Jesús en la cruz tuvo que remontarse, superar esa sensación de soledad que estaba abrazándolo, haciéndole sentir que el Padre lo había abandonado. Dice la Biblia que Dios estaba con Cristo reconciliando consigo al mundo en esa cruz. Cada clavo colocado en las manos de Jesús dejó huellas también en las manos del Padre. Cada latigazo el Padre lo sufría; por eso Jesús se elevo más allá de su humanidad y le dijo al final: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Sería contradictorio encomendar tu vida a alguien que te ha abandonado por completo. Y aunque Jesús por un momento como humano  miro su dolor, perdiendo de vista al Padre, el pudo recuperar esa confianza y entregarse por completo a aquel que le dijo: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Nadie dijo que el camino al éxito es fácil, porque es una ruta transitada cuesta arriba; y hacerlo amerita de esfuerzo, valentía y muchísima Fe.
En los grandes bosques del Ártico en tiempos de invierno el frío es tan intenso que todo se congela; el follaje de los arboles, la vegetación, los ríos y lagos; pero aunque aparentemente no haya vida en ese lugar, basta con que aparezcan los primeros rayos del sol primaveral para que se derrita todo el hielo y lo hermoso vuelva a surgir. 
 Recuerda, en medio del frío, nuevas alas están por salir, y dichas alas te permitirán remontarte a lugares más altos que Dios tiene destinados para ti.
No hay promoción sin esfuerzo; no hay renovación sin dolor. Y el mejor ejemplo de ello no quedo en la cruz; sino que se remonto a lo más alto sentándose a la diestra del Padre en Victoria.

¡Sin dolor, no hay ganador!

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Redacción: Ana Maria Melean
Diseño y Fotografía: Jesús Baldonedo