En cierta ocasión el Señor me
dijo: “Esta es la tercera vez que te lanzo del nido; o vuelas, o te estrellas”.
Esas palabras fueron fuertes para mí porque no estaba acostumbrada a depender
de Dios, ya que desde niña me vi apoyada de mi madre, y como soy gemela siempre
estuve en compañía de mi hermana, una compañía por demás dolorosa ya que ella
me golpeaba mucho ¡era como vivir con
una gata montes! Luego estaban mis
amigos de infancia, los de mi cuadra y que noche a noche nos encontrábamos para
jugar, mientras nuestras madres como buenas comunicadoras empíricas se ponían
al tanto de los sucesos del día o la semana.
Aunque era muy inteligente, con un promedio escolar excelente y una reputación
deportiva que cuidar, también es cierto que la valentía no era mi fuerte, ya
que mi inseguridad se escondía constantemente detrás de la fachada de niña
extrovertida y muy intelectual. Así fui creciendo dentro de una cueva llamada divagación
donde more por 19 años hasta que un
maravillosos ser llamado Jesucristo toco a mi puerta y le permití entrar. Me
costo y me ha costado mucho soltar la divagación mental, ya que ese lugar me servía
como el escondite perfecto; el mismo escondite que un águila adulta, cansada,
utiliza anhelando una renovación. Cabe resaltar que cuando las águilas envejecen su pico es largo y puntiagudo, se curva apuntando contra el pecho, sus alas están envejecidas y pesadas y sus plumas gruesas; volar se hace ya tan difícil que entonces el águila tiene dos alternativas: morir o enfrentar el doloroso proceso de renovación que durara 150 días, es decir; 5 meses.
Sabemos de antemano que las águilas
preparan un nido confortable para sus pichones, pero en la medida que estos van
creciendo, ella comienza a hacer de ese nido un lugar incomodo para ellos,
hasta que los obliga a volar. Por dos ocasiones el águila lanza a los pichones
al vacío, y si estos no logran volar ella viene hacia ellos en picada y los
atrapa y los regresa al nido. Pero solo la tercera vez ella decide que ya están
listos para volar. Ahora depende del aguilucho volar o estrellarse. Después de
esta palabra que el Señor me dio, no me quedo de otra que comenzar a tomar decisiones
con el respaldo de Dios como único aval; y tuve que vivir donde otros jamás me
lo habrían sugerido. Por muchos años camine sola, responsabilizándome por cada acción
y sobre todo aprendiendo de cada error cometido. Y es que cuando visualizamos
un aguilucho volando después de dejar el nido, olvidamos los procesos que son
parte de su crecimiento y del desarrollo de toda su capacidad como ave rapaz.
El plumaje comienza a crecer, comienzan a salir las guías, unas alas
principales responsables de su vuelo, la visión se fortalece y las garras se
endurecen.
Yo siempre me vi en cada situación
como ese pichón que había sido lanzado del nido; y esas palabras de una u otra
forma me confortaban. Cada vez que me enfrentaba a nuevos retos laborales,
personales o ministeriales me decía a mí misma “o vuelas o te estrellas” Muchas
veces me obligue a permanecer en el aire, pocas veces toque suelo; y es que con
el paso del tiempo olvidé lo característico del águila, que después de un
tiempo enfrentando grandes vientos, enormes turbulencias en las alturas, las
veces que sus ojos enfrentan la luz del sol, es presa del cansancio y del
agotamiento, y le llega el momento de tomar la decisión de volver a la cueva; a
la oscuridad. Fueron muchos los días de brisa suave que disfrute, pero también
tuve que enfrentar grandes y prolongadas turbulencias, y ¿Quién no se ha
sentido así alguna vez? De repente sientes que las dificultades te atacan por
todos los flancos, sientes que no tienes reposo, y parece que todos en este
mundo se confabularon solo para hacerte sufrir. Ya la visión, es decir; tu
perspectiva de vida no es la misma, esta
tan tenue tu luz que te sientes vacía y sola, porque no ves salida por ningún
lado y lo que era tu orgullo de nobleza, belleza y fuerza ahora se reduce a un débil
plumaje que mas que ayudarte a alcanzar las alturas, te son una carga y te
mantienen en tierra. ¿Qué queda? Solo frío, oscuridad a tu alrededor y un gran
dolor. Quizás de eso se trata el
proceso, simplemente para enseñarnos humildad y dependencia de nuestro
Creador. Alguien una vez me dijo: “Ana María,
lo importante no es llegar a la cima; sino permanecer en ella” El águila fue
creada para permanecer en las alturas, de lo contrario no se renovaría de la
manera en que lo hace, arrancando su plumaje con su pico hasta quedar con su
piel desnuda, y dejando de emitir ese maravilloso sonido por causa del dolor que le produce el frío. En
ese momento la soledad es su única compañía. Pero entonces diríamos ¡bueno, es
un ave! Fue creada para vivir esos procesos de rejuvenecimiento propios de su
naturaleza.
Veamos lo que dice el Profeta Isaías acerca de los que esperan en Jehová
“serán como las águilas, sus alas levantaran”, es decir; que saldrán del frío
de la soledad que provoca esperar en el Señor para luego remontarse a las
alturas con un nuevo plumaje. Y cantamos este cántico en los servicios “los que
esperan, los que esperan en Jehová; como las águilas, como las águilas sus alas
levantaran” y nos sentimos felices de saber que somos comparados con ella,
pero; ¿y que de los procesos? Ahora
considero que no todos en el Señor
nacieron para ser águilas, ni tampoco para ser búfalos, es decir; no todos en
el Señor son procesados de la misma forma, ni con la misma intensidad. El éxito
va a ser el marco referencial para los creyentes llamados por Dios a ser como
las águilas, pero el camino a dicho éxito será oscuro muchas veces, con
demasiadas turbulencias y sobre todo abrazados por nadie (humanamente hablando)
¿Quieres ser águila? Prepárate para estar solo en las alturas. Jesús
humanamente hablando estuvo en esas alturas, suspendido y el momento de
desplumarse por completo fue en la cruz. Ahí experimento la soledad como nunca;
a tal grado de llegar a exclamar Padre mío, Padre mío ¿Por qué me has
abandonado? Todos los años de comunión con el Padre aquí en la tierra se
desvanecieron en la mente de Jesús al sentir el frío de la soledad. Cabe resaltar que la soledad es una sensación
interna, ajena a los agentes externos, experimentándose mayormente cuando mas
rodeado de personas estas. Casi siempre las personas que experimentan la
soledad son las más populares; yo pase por ahí y lo triste era que provocaba
situaciones que me mantuvieran entretenida. En cierto momento comencé a visitar
todas las tardes a varias amigas; una a
la vez, cada día de la semana. Era a una hora específica; hasta que una de esas
tardes el Espíritu Santo me pregunta ¿Por qué huyes de mí? Ante esa confrontación
reaccione inmediatamente y le dije: Señor, ¡yo no huyo de ti! A lo que él me respondió:
Cada tarde vengo a visitarte y percibes mi presencia, y huyes de mí porque no
quieres estar a solas conmigo. ¡Y era verdad! A esa hora me entraba una sensación
de soledad tremenda y huía de ella
buscando llenar esas horas con las pláticas con mis amigas y hermanas en la fe.
Y lo mas irónico era que esas platicas estaban centradas en el Señor ¡jajaja!
Yo prefería hablar de él, que estar a solas para hablar con él. Hasta que se acabaron las visitas vespertinas,
es decir; el Señor dejo de buscarme a
esa hora y yo deje de sentir esa sensación de vacío interno denominado soledad.
Lo confieso ahora; en ese momento me sentí feliz de que ese frío había
desaparecido por un buen tiempo; pero cuando me llego nuevamente la hora de
enfrentar ese frío tuve que hacerlo bruscamente. Se levantaron tormentas,
conflictos en mi entorno que me llevaron a quedar completamente sola. Ya no tenía
a quien acudir, parecía que nadie me podía ayudar, y tuve que desesperadamente aceptar la bondad que el Señor me ofrecía
para aprender a confiar y depender completamente de Él. Una vez escuche
decir al Profeta y Salmista Cristiano Marcos Barrientos “Si la gente que nos
admira conociera todo lo que tuvimos que pasar y los procesos tan duros que
enfrentamos para llegar a este nivel espiritual, no nos admiraran tanto como lo
hacen. Gente que quiere la Unción de tantos hombres y mujeres de Dios que en
cuya escalada a la cima perdieron hijos, esposas, familia, empleos, reputación,
bienes y por demás han sido vituperados, expuestos al escarnio público y
pudieron superar todas esas adversidades, para luego de sufrir ese frío tan
intenso, entonces remontarse y levantar
el vuelo completamente rejuvenecidos. Jesús en
la cruz tuvo que remontarse, superar esa sensación de soledad que estaba abrazándolo,
haciéndole sentir que el Padre lo había abandonado. Dice la Biblia que Dios
estaba con Cristo reconciliando consigo al mundo en esa cruz. Cada clavo
colocado en las manos de Jesús dejó huellas también en las manos del Padre.
Cada latigazo el Padre lo sufría; por eso Jesús se elevo más allá de su
humanidad y le dijo al final: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Sería
contradictorio encomendar tu vida a alguien que te ha abandonado por completo.
Y aunque Jesús por un momento como humano
miro su dolor, perdiendo de vista al Padre, el pudo recuperar esa
confianza y entregarse por completo a aquel que le dijo: Este es mi Hijo amado,
en quien me complazco. Nadie dijo que el camino al éxito es fácil, porque es
una ruta transitada cuesta arriba; y hacerlo amerita de esfuerzo, valentía y muchísima
Fe.
En los grandes bosques del Ártico
en tiempos de invierno el frío es tan intenso que todo se congela; el follaje
de los arboles, la vegetación, los ríos y lagos; pero aunque aparentemente no
haya vida en ese lugar, basta con que aparezcan los primeros rayos del sol
primaveral para que se derrita todo el hielo y lo hermoso vuelva a surgir.
Recuerda,
en medio del frío, nuevas alas están por salir, y dichas alas te permitirán
remontarte a lugares más altos que Dios tiene destinados para ti.
No hay promoción sin esfuerzo; no hay renovación sin dolor. Y el mejor
ejemplo de ello no quedo en la cruz; sino que se remonto a lo más alto sentándose
a la diestra del Padre en Victoria.
¡Sin dolor, no hay ganador!
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Redacción: Ana Maria Melean
Diseño y Fotografía: Jesús Baldonedo