Hace algunos años, cuando me
encontraba sumergida en la búsqueda del conocimiento y de la presencia de Dios,
atravesando por un desierto personal, que al igual que el pueblo de Israel a su salida de Egipto, no me toco de otra sino
mirar para arriba; porque al único que tenía en ese momento era al Dios del
Cielo y de la Tierra; pude entender lo que significa la victoria en el
silencio.
Estamos acostumbrados a hacer grandes escándalos cuando nos
emocionamos, nos enojamos, nos entristecemos, y hasta cuando oramos; creyendo
que mientras más fuerte sea el tono que empleemos en dichas ocasiones, más
efectiva será la respuesta.
Una madrugada, de esas que por
causas de los conflictos internos y externos no te permite conciliar el sueño,
me senté en el piso de mi habitación, la
única que tenía; que me servía también de cocina, sala comedor, y dormitorio, a
leer la biblia. Siempre me he sentido afortunada de parte de Dios por haberme
enseñado a amar el Antiguo Testamento; y a vivir la historia del pueblo de
Israel. Y digo vivirla; porque cada vez que me introduzco en la lectura de esos
pasajes bíblicos, el Espíritu Santo revela episodios a mi vida que me
sorprenden.
No significa que los otros libros
de la biblia para mí no sean importantes, por el contrario; estoy segura que
cada libro de la biblia en el Antiguo y Nuevo Testamento es de vital
importancia para la vida, el crecimiento y el desarrollo espiritual del creyente.
Pero a Dios le plació y le ha placido
enseñarme muchas verdades espirituales a través de los pasajes del antiguo
testamento.
Y en esta ocasión les hablare
acerca de un pasaje que emociona, y que guarda grandes revelaciones aplicables
a este tiempo. Les hablo del Libro de Josué y la toma de Jericó.
Me permitiré hacer una breve
introducción acerca de lo que aconteció antes de la toma de Jericó y del porque se dieron unas estrategias tan
extrañas para el pueblo de Israel.
Cuando Dios saca al pueblo de
Israel de Egipto y lo lleva al desierto por medio de Moisés para hacerlos
poseer la Tierra que él había prometido a Abraham, Isaac y Jacob, el pueblo se
corrompió elaborando un becerro de oro y adorándolo; mientras Moisés estaba en
la presencia de Dios recibiendo directrices de como conducir a una multitud
para que no se desviaran del propósito por el cual los saco de Egipto. Israel,
era una Nación acostumbrado al trabajo arduo como pastores y campesinos; pero
nada sabían de guerra, ni de batallas, ni de conquistas. Ellos como pueblo en tierra
de faraones, nunca se preocuparon por aprender el arte de la guerra. Egipto
como imperio tenía a sus guerreros, a sus conquistadores, y sus guardias;
quienes eran los encargados de velar por el bienestar de la nación incluyendo
también a los esclavos. Es por ello que Israel en su mayoría vivió reposado y
tranquilo.
Pero en ese reposo pocos eran los
que recordaban las promesas de Dios a Abraham; y fue entonces cuando Dios
permite situaciones en la vida de los israelitas que le hace desear salir de
Egipto. Aunque ellos en su gran mayoría habían olvidado el plan de Dios, el
Señor nunca lo olvido; porque Dios juro por Si mismo que le daría a la
descendencia de Abraham la tierra de los amorreos, los heteos, los jebuseos,
etc.
Luego que Moisés nace, y es salvado
del edicto del faraón; es criado en el palacio por la hermana del Faraon de
Egipto. Dios se involucra en la vida de moisés de manera tal, que permite
situaciones que lo llevan a huir al desierto; para enseñarle a dirigir a una
nación como el pastor dirige a un rebaño
de ovejas. Trabajo que le costó a moisés su entrada a la Tierra Prometida, y
por misericordia solo se le permitió observarla desde la cumbre de una montaña.
Luego de ese episodio y a la muerte de moisés, es Josué quien siendo aún muy
joven; fue escogido para relevar a Moisés en la tarea que Dios se había
trazado. Dos cosas caracterizaron a Josué durante su vida. El temor a Dios y la
determinación. Josué fue uno de los pocos de esa generación que salió de Egipto;
que llego a pisar la tierra que fluía
leche y miel. 40 años en el desierto
bastaron para que todos los incrédulos y rebeldes perdieran esa bendición; salvo algunos como
Josué y Caleb, además de varios descendientes de Aarón y de las familias
sacerdotales. Luego que Dios le da la orden a Josué de esforzarse y ser MUY
valiente para introducir al pueblo a la tierra prometida, le permite hacer un
milagro semejante al de Moisés delante del pueblo para que no quedase lugar a
dudas que el mismo Dios que estuvo con Moisés, estaría con Josué; eso también
para que el pueblo temiera y evitar futuras sublevaciones.
Josué envía espías que inspeccionasen las tierras de Jericó, la primera ciudad que sería
conquistada. Jericó era una ciudad fuertemente amurallada de manera que aún tenía en sus muros; antemuros, lo que hacía
imposible su conquista. La gente que allí vivía, aunque temerosa; confiaba en sus
estructuras. Para conquistar a Jericó el
pueblo debía pasar el Jordán, que era tan grande e igual de impetuoso que el
mar rojo; tanto que para pasar ambos, mar y rio; se necesitó de la intervención
del Poder de Dios. Es por ello que al escuchar este acontecimiento los
pobladores de Jericó y las naciones vecinas tuvieron miedo y las puertas de Jericó
se cerraron de manera que nadie entraba ni salía.
Ya las dos primeras fases están
culminadas: El paso del Jordán y el reporte de los espías. Ahora falta la
tercera fase que era la estrategia. Y quizás todos se preguntaban ¿Cómo
conquistaremos o entraremos a tomar esta ciudad, si sus puertas están completamente
cerradas y sus muros son tan altos que no pueden ser escalados?
He ahí lo que me maravilla de
esta historia. Israel estaba tan acostumbrado a quejarse que ni viendo los
milagros que Dios hacia a favor de ellos, dejaban de hacerlo. Por otro lado
eran cobardes en su mayoría por naturaleza. No sabían pelear. Solo Otoniel,
Caleb y algunos otros jefes de familia eran capaces de enfrentar cualquier
obstáculo con tal de cumplir el propósito de Dios. Dios por su parte le da a Josué
una estrategia de conquista poco común. Josué le dice al pueblo que saldrían
cada día cuando amaneciera a darle una vuelta a la ciudad por 7 días.
Imaginemos la cara de los
Israelitas cuando Josué les da la orden. Pero lo que más emociona es que las
vueltas que iban a dar alrededor de la ciudad tenían que darlas en silencio.
Normalmente estamos acostumbrados
a salir refunfuñando cuando no estamos de acuerdo con algo, sea de la iglesia o
de nuestra vida personal. Muchas veces esta práctica es muy común en nuestros
jóvenes; sobre todo en aquellos que son dados a la desobediencia, que buscan
argumentos que los lleve a justificar su deseo de no hacer lo que se les
ordena. También es común en los que aman desanimar al compañero cuando no está
de acuerdo con el mandato establecido por Dios, por los lideres, por los padres,
y hasta por sus jefes, en el plano laboral.
En silencio. Esa fue la orden de
Dios a Josué para el pueblo de Israel. 6 días dando vueltas sin hablar; pero
con sus mentes cargadas de pensamientos contrarios a la voluntad de Dios;
contrarios al propósito de Dios, hasta que llego el séptimo día. Israel
apesadumbrado, cansado, impotente, argumentando en su interior, negativo,
temeroso, pensando que quizás era una gran locura lo que hacían, tuvo que dar 7
vueltas ese mismo día. Es decir; redoblar la faena, ratificar el mandato
estratégico de parte de Dios y en silencio.
Cuando dieron la última vuelta sobre la ciudad, se les permitió gritar
de tal modo que los muros cayeron. Cuando yo leí esa madrugada el pasaje el Espíritu
Santo me llevo a ese momento como llevo al profeta Ezequiel a ver lo que hacían
los sacerdotes en oculto dentro de sus propias habitaciones. Y Me mostro que si
él no les hubiera mandado a hacer silencio, por el comentario negativo de
algunos, todo el ejército habría abortado la misión y la conquista no se habría
llevado a cabo.
Israel por naturaleza era especialista en
desanimar a otros. Eran pesimistas, y nunca le creían a Dios. Pero lo más
impresionante fue cuando el Señor me mostró que los gritos de Israel no fueron
producto de un corazón conquistador; sino de corazones y mentes airadas,
cansadas e impotentes; y que en esos gritos la energía tan negativa que sacaron,
que extrapolaron fue lo que destruyo los muros.
¿Qué me enseñó a mí el Señor
esa madrugada? Que a veces Dios tiene que enmudecernos para podernos permitir obtener
victorias en nuestras propias vidas. Y al igual que Israel nos desesperamos
y cuando no hallamos respuestas o no vemos la solución al conflicto; entonces
comenzamos a quejarnos y a declarar palabras que nos alejan del bien de Dios
para nuestras vidas. Proverbios 18:21 dice: “El poder de la vida y de la muerte
se encuentra en la lengua” Una vez, el
Señor me dijo que mis pensamientos eran palabras para él; por eso es tan
importante y fundamental para permanecer en intimidad con el Espíritu
Santo guardar nuestra mente. ¡Cuán necesario es establecer un puente
entre la mente de Cristo y nuestra mente! para que los pensamientos de él
lleguen a nosotros; porque es de la única forma que estaremos seguros. Una
de las estrategias que más le ha funcionado al enemigo para hacernos pecar es
el mucho hablar. Jesús mismo nos dijo: “Sea vuestro Si, si y vuestro no, no;
porque lo que es mas de esto, del mal procede” Mateo 5:37.
Es decir; que nuestras palabras sean las necesarias,
porque por nuestras palabras seremos juzgados y por nuestras palabras seremos
condenados. Satanás tiembla cuando logra percibir en el mundo espiritual a un
cristiano callado, silencioso; porque sabe que está lleno del Espíritu Santo; y
un cristiano lleno del Espíritu Santo es un arma infalible en el reino de las
tinieblas. Un arma infalible en el Señor,
es aquella persona que nunca comete un error, que nunca deja de
funcionar correctamente y siempre proporciona el resultado deseado.
También es necesario ser
centinelas mentales, es decir; vigilar nuestros pensamientos para así llevarlos
cautivos a la obediencia a Cristo Jesús. 2 Corintios 10:5.
Pero al contrario de lo que paso con Israel en Jericó, muchas veces son
nuestros gritos lo que derriban las murallas que el Espíritu Santo ha levantado
alrededor nuestro, y es el enemigo el que entra a hacer destrozo en nuestras
vidas y en la de los que están con nosotros. ¿Sabes porque? Porque la presencia
del Espíritu Santo en nuestras vidas es un fuerte vallado.
Isaías lo
entendió y en un cántico exclamo. “Fuerte ciudad tenemos, salvación nos puso
Dios, por muros y antemuros” Isaías 26:1.
Pero cuando le damos cavidad a la ira, la gritería, el enojo, los
pleitos y las quejas; y comenzamos a hablar y a comprometer nuestro lenguaje y
nuestras palabras, esos muros se van debilitando; porque el Espíritu Santo se
contrista y se aleja de nosotros.
Nuestra victoria dependerá del silencio que guardamos en la presencia
de Dios. Y ESE SILENCIO HARÁ QUE EL
PODER DE DIOS SE MANIFIESTE A NUESTRO FAVOR.
Muy bueno, como todo lo que escribes! de bendición.
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