En algún momento de nuestras
vidas solemos hacernos esta pregunta. ¿Qué hacer… cuando no se qué hacer? Y
tratamos por todos los medios de buscar la solución a los diferentes conflictos que se nos
presentan; unos más fuertes y difíciles de sobrellevar que otros.
Tal fue el caso de un Rey cuya
trayectoria monárquica era intachable. Hombre valeroso, decidido, temeroso de
Dios, respetable y con una moral irreprensible ante su pueblo. Nos referimos en esta ocasión
a Josafat, quien gobernó Judá; luego que la Nación de Israel se
dividiera por causa de los pecados de Salomón,
y le fuera entregado a Jeroboan las 10 tribus del norte, mientras que a Salomón
le quedaba solo las 2 tribus del sur por amor
a David su padre. Es por ello que fue grande la galería de reyes que
lideraron las 12 tribus de Israel y por ende
también lucharon en contra de grandes imperios como lo fueron para la
época Egipto, Asiria y Babilonia. Aunque Muchos reyes de Israel y Judá hicieron
lo malo ante los ojos de Jehová Dios, hubo también grandes reyes que hicieron
lo bueno, manteniendo los rituales antiguos del Tabernáculo, los sacrificios,
las ofrendas y sobre todo la instrucción de la ley al pueblo para que nunca se
olvidara de Jehová su Dios. Entre esos líderes que reinaron justa e
íntegramente se encuentra Josafat; Rey de Judá.
Luego de que Dios fortaleciera el
reino, y le diera riquezas y gloria a
Josafat, este adquirió la experiencia cívica- militar, de manera que se
hizo temible ante las naciones vecinas y un excelente aliado para otros. Tuvo
grandes hazañas y victorias en diferentes guerras siendo apoyo para naciones
débiles, pues era gran estratega militar, lleno de gracia y sabiduría de parte
de Jehová Dios. (2 Crónicas cap. 17 al
20). Pero llego el momento de enfrentar sus propios miedos, a sus propios
enemigos y de sufrir el precio de la fama. Pero más que eso, llego el momento
de pasar la prueba y ser ejemplo en fe
y confianza ante un pueblo rebelde, contradictor, e incrédulo.
Para los que han tenido la
oportunidad de estudiar la Biblia y sobre todo el Antiguo Testamento, habrán
podido percatarse de que los israelitas confiaban más en el hombre que en Jehová Dios. Mas este Rey tuvo como tarea fundamental
enseñar al pueblo a confiar y depender completamente de Dios. Las
circunstancias no eran las más idóneas, puesto que no era una, ni dos; sino varias naciones con sed de venganza,
dispuestos no solo a matarlo a él, sino a destruir todo lo quedara de su reino.
Es en este momento cuando Josafat se da cuenta que nada de lo que haga evitara
el desastre que se le aproxima. Como gran estratega militar ideo los mejores
planes de ataque, buscando el consejo de sus sabios y sus generales, dándose
todos por vencidos. Tiempo ya no había para huir, y es por ello que
desesperado, turbado y afligido busca su última alternativa “humillarse ante su Dios”. Fueron
quizás horas, días orando pidiendo de Dios una palabra que les diera las
fuerzas para salir de esa difícil y casi destructiva situación. Me motiva mucho sus últimas palabras en medio
de su oración “¡Dios nuestro!, ¿no los
juzgaras tu? Pues nosotros no tenemos fuerza con que enfrentar a la multitud
tan grande que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos
nuestros ojos” 2 Cr. 20:12.
Quizás esa fue la misma oración
que hizo el Padre de la Fe Abraham, luego que después de tener a Isaac; con
Sara su esposa, Dios le ordenara sacrificarlo; dejando a un lado por “un
momento” la promesa de su descendencia a través del joven que ahora pedían en
holocausto.
Imagino por un momento a Abraham
turbado, confundido, y preguntándose a si mismo ¿Por qué Dios hará esto? ¿Qué
pasara con mi descendencia? ¿Qué pensaran mis vecinos, mis sirvientes, mis
amigos y mi esposa de esta decisión que me ordenan tomar? Y sobre todo la
pregunta más importante ¿Jehová Dios realmente es mi amigo? Son estos los
momentos en los cuales uno por naturaleza suele guardar silencio, pero el
escándalo que se está generando en nuestro interior, en nuestra mente es casi
insoportable. Llega el momento en donde nada parece tener sentido, salvo
esperar a que se desarrollen los acontecimientos.
Josafat se encontraba en esa disyuntiva, de no saber qué hacer ante tan grande
dificultad. Tenía el ejército, diestro para la batalla. Tenía las armas, los
carros y la gente de a caballo, tenía la fama de temible por cuanto el Dios
fuerte de Israel lo respaldaba, y aun así sintió miedo. Es ese miedo interno que te convence de que nada de lo que hagas te
funcionara. Es ese miedo que doblega tu
autosuficiencia, tu orgullo, tu intelecto, tu versatilidad. Es ese miedo que te
desnuda, porque te desviste de tu grandeza humana. Ese mismo miedo que te hace
mirar hacia arriba convencido de que hay alguien por encima de ti que siempre
tiene el control.
El salmo 127:1 dice: Si Jehová no edifica la casa, en vano trabajan los
que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia.
Grandes hombres como Abraham, Moisés,
Elías, y ahora Josafat entendieron lo que significa estar al límite de la Fe.
El profeta Elías luego de obtener una gran victoria sobre los profetas de Baal
el dios cananeo, tuvo miedo de una sacerdotisa cruel y huyo al monte. Pero lo más
resaltante de esta historia es que huyo al monte de Dios. Caminó 40 días y 40
noches que correspondía a 150 km para hallar a Dios. Y ahí Jehová Dios se le presentó
y le ordenó volver al mismo lugar de donde había
huido.
Son muchos los personajes descritos por la Biblia, que experimentaron el miedo, la duda, la confusión
y hasta el dolor de encontrarse al final del camino, donde parece que solo hay
un vacio, y que al mínimo paso caerás; y más cruel es cuando las circunstancias
parecen venir detrás dispuestas a empujarte para que caigas.
Pero es en ese momento cuando ese
miedo, hace que aflore la Fe que hay en cada uno de nosotros. Esa confianza que
en silencio nos grita ¡Dios esta cercaaaaaaa!.. Solo en medio de la serenidad
podemos escuchar. Josafat escuchó al
profeta que le dijo: “Jehová peleara por vosotros, y vosotros estaréis
tranquilos”. Moisés escuchó la voz de
Dios que le dijo: “Extiende tu vara al mar rojo” lo hizo y las aguas se
separaron de lado a lado y el pueblo pasó en seco. Elías escuchó la voz en la serenidad –el silbo apacible de
Dios- “Me he reservado siete mil que no han doblado rodilla ante Baal, ni le
han adorado”. Abraham con el cuchillo en la mano, aun alzada escuchó al ángel que le dijo: “detente; ahora sé que
temes a Jehová, porque no me has rehusado a tu único hijo”. Dios los llevo al filo de la
fe para mostrarse tal cual es Él. A todos ellos les dio la victoria, cuando
confundidos, entristecidos y temerosos guardaron sus armas carnales –intelecto,
razón y lógica humana- y decidieron en silencio esperar en Jehová su Dios.
Isaías 30:15. Porque así dijo Jehová
el Señor, el Santo de Israel: En descanso y en reposo seréis salvos, en quietud
y en confianza será vuestra fortaleza.
Si te encuentras al límite de la Fe, ¡Lánzate! caerás en las manos del
Dios de amor y allí será tu descanso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Redacción: Ana Maria Melean
Diseño y Fotografía: Jesús Baldonedo