sábado, 12 de octubre de 2013

Cuando cambia un Corazón. Parte II

En la primera parte de este artículo hablé acerca de la historia de dos mujeres del reino de Media y de Persia, que llegaron a incidir considerablemente en la conducta de un hombre cuyo carácter era extremadamente fuerte. Hablo de la Reina Vasti  y  de la Reina Ester.
A pesar de la belleza física de estas dos mujeres, lo que predominó en la transformación de este Rey fue la entrega de Ester al Dios de sus padres;  Jehová de los Ejércitos, y aunque no se habla directamente de Él en el Libro de Ester, el cual se encuentra en la Biblia, hay muestras claras de su participación silenciosa en este escenario monárquico tan cargado de conflictos, drama y decisiones difíciles.
La Reina Ester no se confió en su belleza, ni menos en su inteligencia; considerando que el Rey Asuero estaba acostumbrado a deleitarse en la belleza femenina, y al cual su arrogancia no le permitía ver a nadie más inteligente que a sí mismo. Sin embargo dos virtudes  resaltaron  en Ester hasta llamar la atención del Rey, y fueron su silencio y su paciencia.
La biblia resalta en el Libro de Ester su carácter y templanza. El que fuera una mujer callada hacía que se ganara el favor de toda la corte, y su templanza la manifestó en el momento más crítico para sus conciudadanos judíos, y con gallardía tomo decisiones que pudieron costarle la vida.
Todo eso lo hizo una mujer enamorada. Fue en su silencio que Ester aprendió a amar a su esposo que era el Rey. ¿Fue fácil? Por supuesto que no. No debe ser fácil para una esposa enamorada tener que compartir a su esposo con otras  mujeres tan hermosas o más que ella.
Tener que esperar hasta ser llamada para poder abrazar, acariciar o besar a su esposo. Podían pasar semanas y hasta meses en el silencio de su alma; pero en la ruidosa faena de su responsabilidad que como Reina tenia. Solo una vida de oración y una entrega ferviente a Jehová le llevo a soportar esa difícil situación.
Cada uno de nosotros en este tiempo como Iglesia; la novia del Cordero, la amada de nuestro Señor Jesucristo, quizás hemos experimentado en algún momento el silencio de una larga espera. Quizás hemos estado anhelando que el Rey nos mande a llamar para recordarnos que nos ama. Y al igual que Ester nos entristecemos cuando vemos como nuestro amado trata y actúa en otros y a nosotros como que ni nos mira.

Pero muchos no tomamos la medida que tomo esta mujer enamorada. No decidimos buscar a nuestro Padre y pedirle que nos revele al amado.  Muchos somos orgullosos y confiamos en nuestras  propias capacidades; y eso no está mal, el problema empieza cuando decidimos apoyarnos en nuestra propia prudencia y en nuestra autosuficiencia y nos olvidamos de ir al que todo lo sabe y todo lo ve. Yo me atrevo a asegurar que todos los pasos que la Reina Ester dio para acercarse al rey; su esposo el día indicado y a la hora indicada, fue una revelación de Jehová Dios.
No bastó solamente los ayunos de ellas ni sus criadas; no basto el ayuno de todos los judíos;  lo que realmente bastó fue la decisión que Ester tomó de apartarse de toda su cotidianidad para esperar la estrategia  que Jehová Dios tenia. Se estaba enfrentando a un hombre Poderoso en Susa Capital del reino; un hombre a quien el Rey amaba y en quien confiaba plenamente, un hombre cruel y sanguinario a quien no le importaba exterminar a una raza por simple placer, un hombre astuto. Desde la antigüedad cuando leemos los libros de Génesis, Éxodo, Jueces, incluso Reyes; vemos como Dios interviene en los conflictos que Israel tiene con las Naciones vecinas hasta el punto de hacerlos suyos, y de dar las estrategias para vencer a sus enemigos y de paso le da la ayudadita en algunos casos.
No solo Jehová Dios intervino en el insomnio del Rey Asuero; no solo intervino en la presentación de Ester ante el Rey sin ser llamada, sino que intervino en la confrontación que tuvo la reina Ester con Aman, y de cómo éste cayó desfallecido ante el lecho de la Reina haciendo que el Rey lo catalogara como un violador, sentenciándolo a la horca.
Ester como reina amó a su esposo, pero también amó al pueblo de su Dios. Y cuando amamos estamos dispuestos a hacer todo lo que sea necesario por aquellos a quienes hacemos dignos de nuestro amor. El Rey Asuero amó tanto a Ester que su corazón empezó a cambiar.  La reina Ester amó tanto a Jehová  Dios que estuvo dispuesta a morir por su pueblo de origen.
Dios nos amó tanto que fue capaz de entregar a su único hijo al vituperio y al quebranto inhumano del cual sería objeto. Nuestro Señor Jesucristo nos amó tanto como creación de Dios que se dio a sí mismo y sufrió en silencio los dolores de la Muerte. Es el Amor el único que nos lleva a cambiar.
Es nuestro Amor por Dios el que nos llevara a ser diferentes en medio de un mundo contaminado. Es el Amor que sentimos por Cristo lo que nos llevara a buscarlo y esperar en su presencia el tiempo que sea necesario, al igual que; nos llevara a cambiar nuestras actitudes y solo enamorados podremos estar dispuestos incluso a morir por él; para agradarle.
Cuando Jesús después de la resurrección se dirigió  al Apóstol Pedro  lo primero que le pregunto fue: Pedro; ¿me amas?. Tres veces se lo preguntó hasta el punto de entristecerle y llevarle a responder: Señor, tu lo conoces todo... tu sabes que te amo.
Pero éste mismo Pedro que le estaba asegurando al Señor Jesucristo que lo amaba, era el mismo que días antes lo había negado TRES VECES delante de todos los judíos cuando se llevaron a Jesús para enjuiciarlo. Jesús sabia que Pedro lo amaba, pero ésto no era suficiente. Ahora Pedro tenia que demostrárselo. Y así como lo negó por miedo a morir, ahora tenia que demostrar su amor por cristo apacentando a su rebaño; que no eran mas que los hombres y mujeres que se convertirían mas adelante al evangelio de Jesucristo y por el cual recibirían persecución y muerte.
Debemos estar atentos a la petición de nuestro amado Señor para demostrarle que lo amamos. 
¿Que estaríamos dispuestos a hacer para demostrarle nuestro Amor a Cristo Jesús?

La respuesta a esta pregunta solo la tiene un corazón enamorado. 

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Redacción: Ana Maria Melean
Diseño y Fotografía: Jesús Baldonedo