sábado, 23 de noviembre de 2013

La Elección.


Cuando Elías fue escogido por Dios, nunca preguntó  por qué se le había encomendado la difícil tarea de ser un Profeta, y sobre todo si se trataba de serlo para una Nación como Israel.
Un profeta es aquel que  lleva al pueblo de Dios a vivir en la santidad, por medio de leyes espirituales y terrenales que se deben cumplir a cabalidad; y sobre todo es el encargado de exhortar cuando sea necesario; en cuanto a errores se refiere, pero lo más importante es que el profeta no está exento de sufrir los embates de las emociones.
La vida de Elías transcurre en medio de una de las peores políticas que estaba viviendo la Nación de Israel. Se encontraba en medio del gobierno de Acab, hombre injusto y cruel, sobornable, débil de carácter y por sobre todas las cosas idolatra en gran manera.  Tan idolatra era este Rey que concertó un matrimonio con una princesa de los Sidonios la cual era sacerdotisa del Dios Baal, a quien se le atribuían la fertilidad y la lluvia que traía provisión. Durante las fiestas ritualistas a este dios Sidonio se encontraban las orgías y el sacrificio humano.
Y Acab, gobernante del pueblo de Jehová lo permitía, hasta el punto  de incitar al pueblo de Israel a participar de esas festividades paganas. Israel se encontraba en un desenfreno total. Ya ni siquiera se distinguía de los sidonios; es por ello que el profeta Elías comienza a experimentar ese celo vivo por la casa de Jehová. Debemos entender que todo aquel que experimenta en su ser la santidad de Dios va a sentir un vivo celo por su casa…por los asuntos que a Dios concierne.
El Salmo 93:5 dice: “Tus testimonios son muy firmes;  La Santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre”. Cuán importante y trascendental es esta verdad para el pueblo de Israel; verdad que habían olvidado por completo yéndose detrás de ídolos paganos.
Elías llevado por el celo de la casa de Señor ora a Jehová para que detenga la lluvia por tres años; Dios conociendo las verdaderas intenciones de este profeta, lo escucha y detiene la lluvia sobre todo el territorio israelita. Esto trae consigo angustia sobre toda la Nación, pues los cultivos se destruyeron, los animales en su mayoría murió y hasta el rey estaba teniendo pérdidas irreparables. Por esta causa Acab buscaba al profeta Elías para matarlo. Este rey no entendía que su enfrentamiento no era con el profeta, sin con el Dios de sus Padres.
Muchas veces el pecado, la arrogancia y la desviación del propósito de Dios nos llevan a enfrentarnos a Él mismo. No nos damos cuenta de que somos los culpables de nuestra ruina en cualquier área de nuestra vida. Y le adjudicamos nuestro problema a las circunstancias, al diablo, a nuestros líderes, a nuestra familia. Pero ¡no! El problema radica en que al igual que el pueblo de Israel estamos CLAUDICANDO en dos pensamientos.
El término Claudicar en el vocablo hebreo significa: Cojear, divagar.
Muchas veces nos encontramos en esta situación; divagando, pensando  en Dios y también en nosotros mismos. Nos encontramos decidiendo servir a los intereses de Dios pero también  a nuestros propios intereses. Llegamos incluso a negar a Dios con nuestras propias actitudes y luego de ello esperamos que Dios nos bendiga y nos apoye.
Israel sabía que estaba haciendo lo malo delante de Dios, pero llego a un punto crítico de no saber qué hacer. Dudó del poder de Dios. Y he ahí donde comienza nuestro conflicto interno. Cuando por alguna circunstancia empezamos a declinar ante los deseos del alma, y nuestra vida espiritual se debilita, lo primero que hacemos es alejarnos de Dios. Y lo hacemos consciente mente. Nos aburre la oración, nos da pereza leer las escrituras, denominamos nuestra búsqueda a Dios como una monotonía, y poco a poco comenzamos a hallar el placer en aquello que sabemos que no es correcto. Al igual que la Nación de Israel llegamos al punto de necesitar de un Hombre o una Mujer de Dios, llena del Espíritu Santo que nos confronte de esta manera “ Hasta cuando claudicareis entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios seguidle, y si lo es Baal id en pos de él”.   De igual modo el Espíritu Santo le hizo la misma confrontación  a la iglesia primitiva de Laodicea.  El capítulo 3 versículos 15 y 16 de Apocalipsis dice: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojala fueses frío o caliente! Más por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitare de mi boca.
El vómito es un mecanismo de defensa de nuestro sistema digestivo para evitar que alguna bacteria ingrese a través de los alimentos que consumimos y se aloje en nuestros intestinos. Es por ello que cuando se sospecha de la existencia de un huésped indeseable se activan los jugos gástricos que son como especie de olas que arrastran el huésped y le impiden lograr su objetivo; que es alojarse y  comprometernos sistémicamente (destruir nuestro mecanismo de defensa “sistema inmunológico”).
Cuando Dios una mañana me permitió escuchar a unos especialistas en medicina, y éstos explicaban todo acerca del vómito, me di cuenta de cuan grave es asumir una postura de tibieza espiritual. Pero peor aún, fue la sensación de temor que me causó el recordar Apocalipsis 3:15-16. Estamos viviendo lamentablemente tiempos antiguos-testamentarios por causa de la falta de Fe. Le creemos a Dios solo cuando nos habla de sus Bendiciones. Pero  cuando nos habla acerca de su castigo por nuestros pecados entonces hacemos caso omiso, y al igual que Israel lo tentamos. En el término Hebreo tentar a Dios implica la idea de no creer que Él hará lo que ha dicho.

El problema radica es en la deslealtad que asumimos frente a Dios. Jesús mismo hizo énfasis de ello. Él dijo: El que no es conmigo, es contra mí; el que conmigo no recoge, desparrama” Mateo 12:30.
Dios aborrece la tibieza espiritual porque representa una deslealtad para su  Reino. Una persona desleal no es digna de confianza. Suele ser hipócrita en algunos casos, ya que vive de apariencias. Y eso era lo que le acontecía a los cristianos evangélicos de Laodicea. Se habían convertido en personas hipócritas, llevaban una doble vida; y es por ello que el Espíritu Santo les dice Yo conozco tus obras.  Si ellos creían que nadie los veía se equivocaban…Dios estaba viendo su proceder y se acercó a amonestarlos. Y me sorprende su exclamación ¡Ojala fueses frío o caliente! ¡Ojala te decidieras a ser mi amigo o mi enemigo! Pero por cuanto no estás seguro de lo que realmente quieres…por cuanto no te decides a quedarte conmigo o irte de mí Reino; entonces yo te vomitare de mi boca. Porque? Porque no me eres confiable. Y por tu tibieza y falso proceder dañaras a aquellos  que están afirmándose. Dios al igual que nuestro cuerpo humano activa su mecanismo de defensa para guardar a los otros. Recordemos que somos el CUERPO DE CRISTO y cada uno de nosotros somos miembros de ese cuerpo.
Lo hermoso de Dios es que siempre está presto a dar una segunda oportunidad. A la Nación de Israel se la dio y los disciplinó hasta el final del antiguo testamento. Al final  en el versículo 19 del mismo capítulo el Espíritu Santo les dice: Yo reprendo y castigo a todos los que amo: se pues celoso y arrepiéntete.
Aún estamos a tiempo de corregir nuestro proceder delante de Dios y de los hombres. Aún tenemos una mejor elección.


Pero no tientes a Dios, porque no eres más fuerte  que Él. Es tiempo de elegir ser su amigo o enemigo.